Uno de los últimos trabajos de Med-O-Med , el libro “EL ENIGMA DEL AGUA EN AL-ANDALUS” , de su Presidente, Cherif Abderrahman Jah (editorial Lunwerg).
La gran eclosión cultural que conoció al-Andalus desde el punto de vista material y social fue sin duda posible, entre otros factores, gracias al sabio manejo del agua. El campo, las ciudades, los baños y fuentes públicas, las mezquitas y los jardines le rindieron tributo a este hermoso elemento. Pero esta cultura del agua surgió de una concepción puramente islámica.
El agua en el Islam significa el origen de la vida y el conocimiento. Un don divino que simboliza la sabiduría profunda. La bebida que apaga la sed del alma. Pero también es ciencia. Así, el Corán -que se refiere 63 veces a la palabra al-ma‘a, agua en árabe-, revelaba en el siglo VII secretos recientemente descubiertos por la ciencia.
«¿Es que no han visto los infieles que los cielos y la tierra estaban unidos y los separamos? ¿Y que hicimos provenir del agua a todo ser viviente? ». (Corán, 21-30).
En efecto, hoy sabemos que el agua cubre más del 70% de la superficie de la Tierra (la mayoría en mares y océanos). También, que ha sido hallada en las nubes interestelares de nuestra galaxia -la Vía Láctea-, así como en Marte, y se cree que existe en otras galaxias. Fue, al parecer, una de las primeras moléculas del planeta tierra.
El Libro Sagrado también se expresa de la siguiente forma acerca de los seres vivos:
“Allah ha creado a todos los animales de agua: de ellos unos se arrastran, otros caminan a dos patas, otros a cuatro. Allah crea lo que quiere; es omnipotente”. (Corán, 24-45).
Actualmente sabemos que el cuerpo humano posee un 75 % de agua al nacer y cerca del 60 % en la edad adulta. Los animales contienen como media un 60 % de agua, y los vegetales, un 75 %. El cerebro humano contiene nada menos que un 90%. Ello quiere decir que el ser humano, el más perfeccionado que existe en la naturaleza, habla, piensa, hace, deshace, escribe e inventa sobre la base del agua.
Por ello, en el Libro Santo, Allah asevera que creó Su Trono en el agua. Es decir, que creó la vida sobre la base del agua.
En el Islam este elemento representa además la pureza. Con agua, el ser humano realiza su higiene corporal, como en todas las culturas, pero también su purificación espiritual por medio de sus abluciones diarias. Según el gran sufí de los siglos XII-XIII Ibn ‘Arabi de Murcia, al hacer sus abluciones, los creyentes expulsan de sí todo orgullo, mostrándose en su condición de siervos del Creador.
Por otra parte, el agua es un símbolo poderoso del renacer y la vivificación, y es usada con frecuencia como metáfora. Dios hace surgir lo vivo de lo muerto, y lo muerto de lo vivo, nos dice el Libro Sagrado. “Él es quien envía los vientos como preludio de Su misericordia. Y hacemos descender del cielo un agua pura. Para vivificar con ella a una tierra muerta, y dar de beber, entre lo que hemos creado a multitud de rebaños y seres humanos”. (Corán, 25, 48-49).
Esta descripción se ciñe en apariencia a un hecho natural, pero también significa la vivificación del alma, o el despertar espiritual.
Por último, me gustaría destacar que en el Islam el agua está considerada como un don perteneciente a todos por igual, que debe de ser gestionado y repartido con equidad entre todos los seres vivientes, humanos, animales y vegetales. De hecho, así se contempla en la ley del derecho del agua, llamada safá.
La propiedad del agua es admitida, siempre que la persona haya construido determinada infraestructura, por ejemplo en un curso fluvial. Pero, por encima de ello existe la obligación de repartir el sobrante de forma gratuita. Para su reparto equilibrado y justo se crearon numerosas instituciones, algunas de las cuales han perdurado hasta la actualidad, como el Tribunal de las Aguas de Valencia, así como el Consejo de Hombres Buenos y las Comunidades de Regantes de la región levantina.
El proveer agua a los demás está considerado como una sadaqa, un bien. Algunos hadith, o tradiciones atribuidas al Profeta Muhammad, se refieren a la obligación de asistir a los sedientos, ya sean humanos o animales. Así lo relata uno de ellos referido a un perrito necesitado que fue socorrido por un hombre que descendió con no poco esfuerzo hasta el fondo de un pozo, y agarró su zapatilla con la boca para llenarla de agua y darle de beber. Con ello se ganó el favor divino.
Bellas historias que nos ayudan a reflexionar. Y no olvidemos, que reflexionamos gracias al agua.
De agua somos y de agua vivimos. Por ello, este bien precioso y escaso debe ser administrado con respeto y máxima responsabilidad, de manera equitativa, tanto desde un punto de vista individual como colectivo, como de forma ejemplar nos enseñaron nuestros ancestros andalusíes.
La gran eclosión cultural que conoció al-Andalus desde el punto de vista material y social fue sin duda posible, entre otros factores, gracias al sabio manejo del agua. El campo, las ciudades, los baños y fuentes públicas, las mezquitas y los jardines le rindieron tributo a este hermoso elemento. Pero esta cultura del agua surgió de una concepción puramente islámica.
El agua en el Islam significa el origen de la vida y el conocimiento. Un don divino que simboliza la sabiduría profunda. La bebida que apaga la sed del alma. Pero también es ciencia. Así, el Corán -que se refiere 63 veces a la palabra al-ma‘a, agua en árabe-, revelaba en el siglo VII secretos recientemente descubiertos por la ciencia.
«¿Es que no han visto los infieles que los cielos y la tierra estaban unidos y los separamos? ¿Y que hicimos provenir del agua a todo ser viviente? ». (Corán, 21-30).
En efecto, hoy sabemos que el agua cubre más del 70% de la superficie de la Tierra (la mayoría en mares y océanos). También, que ha sido hallada en las nubes interestelares de nuestra galaxia -la Vía Láctea-, así como en Marte, y se cree que existe en otras galaxias. Fue, al parecer, una de las primeras moléculas del planeta tierra.
El Libro Sagrado también se expresa de la siguiente forma acerca de los seres vivos:
“Allah ha creado a todos los animales de agua: de ellos unos se arrastran, otros caminan a dos patas, otros a cuatro. Allah crea lo que quiere; es omnipotente”. (Corán, 24-45).
Actualmente sabemos que el cuerpo humano posee un 75 % de agua al nacer y cerca del 60 % en la edad adulta. Los animales contienen como media un 60 % de agua, y los vegetales, un 75 %. El cerebro humano contiene nada menos que un 90%. Ello quiere decir que el ser humano, el más perfeccionado que existe en la naturaleza, habla, piensa, hace, deshace, escribe e inventa sobre la base del agua.
Por ello, en el Libro Santo, Allah asevera que creó Su Trono en el agua. Es decir, que creó la vida sobre la base del agua.
En el Islam este elemento representa además la pureza. Con agua, el ser humano realiza su higiene corporal, como en todas las culturas, pero también su purificación espiritual por medio de sus abluciones diarias. Según el gran sufí de los siglos XII-XIII Ibn ‘Arabi de Murcia, al hacer sus abluciones, los creyentes expulsan de sí todo orgullo, mostrándose en su condición de siervos del Creador.
Por otra parte, el agua es un símbolo poderoso del renacer y la vivificación, y es usada con frecuencia como metáfora. Dios hace surgir lo vivo de lo muerto, y lo muerto de lo vivo, nos dice el Libro Sagrado. “Él es quien envía los vientos como preludio de Su misericordia. Y hacemos descender del cielo un agua pura. Para vivificar con ella a una tierra muerta, y dar de beber, entre lo que hemos creado a multitud de rebaños y seres humanos”. (Corán, 25, 48-49).
Esta descripción se ciñe en apariencia a un hecho natural, pero también significa la vivificación del alma, o el despertar espiritual.
Por último, me gustaría destacar que en el Islam el agua está considerada como un don perteneciente a todos por igual, que debe de ser gestionado y repartido con equidad entre todos los seres vivientes, humanos, animales y vegetales. De hecho, así se contempla en la ley del derecho del agua, llamada safá.
La propiedad del agua es admitida, siempre que la persona haya construido determinada infraestructura, por ejemplo en un curso fluvial. Pero, por encima de ello existe la obligación de repartir el sobrante de forma gratuita. Para su reparto equilibrado y justo se crearon numerosas instituciones, algunas de las cuales han perdurado hasta la actualidad, como el Tribunal de las Aguas de Valencia, así como el Consejo de Hombres Buenos y las Comunidades de Regantes de la región levantina.
El proveer agua a los demás está considerado como una sadaqa, un bien. Algunos hadith, o tradiciones atribuidas al Profeta Muhammad, se refieren a la obligación de asistir a los sedientos, ya sean humanos o animales. Así lo relata uno de ellos referido a un perrito necesitado que fue socorrido por un hombre que descendió con no poco esfuerzo hasta el fondo de un pozo, y agarró su zapatilla con la boca para llenarla de agua y darle de beber. Con ello se ganó el favor divino.
Bellas historias que nos ayudan a reflexionar. Y no olvidemos, que reflexionamos gracias al agua.
De agua somos y de agua vivimos. Por ello, este bien precioso y escaso debe ser administrado con respeto y máxima responsabilidad, de manera equitativa, tanto desde un punto de vista individual como colectivo, como de forma ejemplar nos enseñaron nuestros ancestros andalusíes.